Esta semana ha estado la noticia del aborto envuelta en mundialmente y la vinculé enseguida al leer el artículo de la globalización, ya que considero que al un problema, un tema de conversación, una ideología ya se crea un tipo de globalización. Escribo un relato ficticio pero fue inspiración de una historia de la vida real.
Era una época de experiencias,
donde el ser ignorante no era algo malo si estas en toda la época de aprender,
de enamorar y enamorarse. Ya terminando mi carrera viajé a Berlín donde me
quedaría por tres años e unas pasantías pagadas.
Ya en Berlín estaba feliz, no
extrañaba nada, aunque haya dejado a mi novio de dos años para venir porque
sabía que esperaría, recordaba si nuestros encuentros de amor, Y sí, tomamos riesgos. El amor lo ameritaba. El amor
siempre lo amerita. Tomamos riesgos y creo recordar que éramos conscientes de
esto pro como contraparte me encantaba la ciudad, la gente, el idioma tan
hechizada que perdí noción de mi cuerpo. Fue a la segunda semana que me di
cuenta que no había menstruado, no me preocupé tanto por la costumbre de pensar
que fue por el tiempo que he tenido arreglando una vida en una ciudad
completamente diferente a la de mi origen. Al cuarto día de este incidente
decidí realizarme una prueba, en esa época no existían las pruebas desechables
que uno encuentra al lado de las pastillas de gripe, así que tocó ir al
ginecólogo, fue la peor visita a doctor que he tenido aquí es el punto que yo
considero que empezó la época más turbia de mi vida.
Ni tres semanas en una ciudad y ya
tuve que buscar un doctor que yo ceda exponer mi cuerpo, en casa había tenido
un doctor pero fue una sensación extraña todo esto. Estábamos julio y la cita
del doctor era a las cinco de la tarde, para había hecho un par de amigas pero
esto nadie lo sabía, ni siquiera mi novio de casa, así que fui sola. Ya sentada
en las sillas frías de es consultorio, me rodeaban mujeres con panzas decoradas
con bebés, o sentía que esto no era para mí, no por ahora.
A lo que me llamaron, entre a una
habitación donde encuentro una camilla y una camisa, Me reviso este ginecólogo y
por fin me miró y me dijo: “No hay duda, tiene un embarazo de aproximadamente
dos meses”. Me vestí, pagué la consulta y salí casi corriendo.
Corrí al primer lugar que me
pareciera familiar, pedí una coca cola bien helada para poder procesar esta
noticia. Llegue a la conclusión que le tendría que contar a alguien para que me
ayude con todo la averiguación de algún doctor clandestino que me realice el
proceso, exacto, había decidido abortar. No fue algo que siempre lo pensé pero
si lo medite una vez en ese pequeño bar de Berlín pero no me arrepiento. Sabía
perfectamente que no se lo contará a nadie de casa, ellos no sabrían que hacer
porque no m han visto lo bien que estoy. A mi novio, no, él no merecía saber
esto, aunque ya después de 6 años se lo dije y concibió en perdonarme. Todo
salió perfecto, le conté a una amiga francesa que era mi compañera de cuarto en
una residencia, su hermano era doctor y nos recomendó un colega de él que se
dedicaba a este tipo de procesos clandestinos. Decidí separar la cita e ir
sola, mi amiga me esperaría en casa sabiendo que pasó y sin preguntar.
Fue un viernes que mentí en la
organización donde estaba trabajando que me sentía mal para así tener el fin de
semana para procesar cualquier tipo de molestia o estrago. Entro a un tipo de
casa muy particular que existían en esa época que de la puerta uno se podría directamente
trasladar uno de tres diferentes compartimentos, me atendió una mujer mayor, me
llevo donde el doctor, un hombre de rasgos asiáticos, donde ahí el hombre me
explico el proceso y su costo, yo al aceptar esto, el llama a la mujer que me
atendió al principio. Ella me pidió que me desvista y me dio una blusa blanca.
Podía haber sido su esposa o una vieja secretaria fiel que lo había seguido en
ese camino. Me trató de tranquilizar contándome que el doctor ya había tenido
previas paciente se día y que no sedería nada, lo cual no me tranquilizó en
absoluto. Me comunicó también que en una media hora estaría ya libre de tal
tortura.
Me acuesto en la camilla fría
esperando al doctor de ojos rasgados que venga, a lo que llegó, ya no tuve
dificultad de dejarme estar tan vulnerable ante un doctor. En este punto sentía
un resentimiento enorme rente a los hombres, no aceptaba que ellos no tuvieran
que pasar por esto, sentía un
resentimiento hacia su género, indignación como ser liberal en el que me había
convertido. El hombre se sentó frente mío
y preparó una mesa donde colocó todo lo que iba a ser necesario, un espéculo y
una sonda. Era primera vez que veía ese aparato espeluznante, lleno de tanta
similitud a unas tijeras que no quería ni verlo más. Me dijo que, con ayuda de
un espéculo,
me iba a introducir una sonda en el cuello del útero para dilatarlo, que esto
era algo sencillo, que ni siquiera dolía o que a veces dolía muy poquito, y que
después sólo había que esperar las contracciones que significarían la expulsión
del embrión.
No sentí dolor físico, fue más una
sensación de desprendimiento frente a mi independencia, no fue agradable, sentí
soledad y una pequeña angustia, me pregunte si las previas mujeres que
estuvieron teniendo el mismo proceso habrán sentido lo mismo que yo acostadas
en esta cama y si no, que el ambiente me lleve a donde estas mujeres se
encontraban porque lo que yo sentía era unas ganas de cerrar los ojos y apagar
el botón. Ya todo acabó y el asiático me explicó que podía ir al baño como
siempre, caminar sin problema y que en un día o dos expulsaría todo.
Salí de ese lugar, llame a mi
amiga desde un café y le pedí que me acompañara por una taza, la esperé por
quince minutos, los cuales los utilicé para escribir una carta para mí cuando
tenga mi primer hijo. El día que nació mi primer hijo, leí la carta y me
acepté, no por el hecho de haber abortado, fue por lo que sentí en el momento
que tome la decisión de abortar. Yo sé que es un acto que no lo volvería a
hacer pero no me arrepiento de él, solo que sentía un resentimiento hacia mí
por no haberlo contado antes, sentí que me estaba traicionando, avergonzando y
realmente nunca me sucedió eso. Conversaba con el hombre que amaba, pero ya con
el tiempo todo fue cambiando, nos extrañábamos pero yo ya no quería saber de
hombres y su poder n nosotras así que u día tomé la decisión de decirle que no
regresará. Aborté en el año de 1968 con un millón de mujeres alemanas más. Un
millón de historias diferente a la mía, algunas vivas, muertas, otras mutiladas
o simplemente curadas después de esa decisión.